13 cosas que aprendí en cuarentena

Todos estamos aprendiendo siempre. Eso lo sé desde hace algún tiempo. Pero también es cierto que hay momentos especiales, que son como hitos, rupturas o comienzos que resultan particularmente intensos. Con mil cambios de hábitos, esta cuarentena probablemente sea uno de esos. Puede ser un paréntesis o un destacado. Elijo lo segundo.  

En casa.

Intentaría hacer la lista en orden,pero hasta me cuesta decidir el criterio: por orden de importancia, por el impacto en lo cotidiano, por fecha… Cómo sea, acá van desordenadas y con la certeza de que la lista es más larga, 10 cosas que aprendí (o recordé) en tres meses de aislamiento. 

1- Los que más saben tienen un montón de dudas y están dispuestos a aprender y corregir el rumbo. Los que saben -o sabemos poco- somos un poco más tercos. Hablé con grandes profesionales cuando el coronavirus parecía tan lejano como China (sí, en la misma época en la que Ginés dijo que el virus no iba a llegar a la Argentina y cuando la OMS aun no había declarado la pandemia). Hablamos de barbijos, vacunas y distancia social entre otros temas. También de cómo se esconde o pasa inadvertida la tuberculosis «enfermedad marginal«. Recuerdo algo que me quedó picando en la cabeza (me fui de esa entrevista confirmando tres o cinco nuevos casos positivos): «Seguro que si hablamos en dos semanas te contestamos otra cosa«, me dijeron los infectólogos que entre muchas cosas enfatizaron que los niños no se enferman de COVID-19 y que no había razón para usar máscaras. Fui talibana del no uso de barbijos al punto de debatir en el laburo si estaba bien o no poner fotos de personas usándolas para ilustrar las nota de esta enfermedad. 

Un barbijo muy lindo hecho por mamá.

2- ¡A cocinar con ganas! El primer fin de semana de aislamiento busqué una receta de medialunas. Suelo hacer pan casero, esta vez quería algo distinto. Podría haber bajado a la panadería, pero me parecía que estaba bueno aprovechar que estaba más tiempo en casa para hacer esas cosas. Salieron bien. ¿Perfectas? No, ni cerca. Aunque estaban riquísimas. Después hubo varias recetas que recuperé, otras que incorporé y hasta alguna que no resultó como esperaba. Y siguieron unos días en modo automático, como sacándome la tarea de encima. Diría que fueron unos días sosos hasta que se prendió la lamparita y me dí cuenta de que necesitaba un poco de sal y pimienta. Y volvió Flor Gourmet (ponele) con más variedad de sabores y nuevas recetas y demás. Un placer. 

3- Que me irrita la trampa en todas sus versiones. Pero que yo también caigo a veces (el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra). Primero me dí cuenta de que los «policías de cuarentena» me hacían sentir mal. Pero enseguida noté que me irritaba cuando alguien contaba cómo rompía la misma afirmando que su caso era diferente. «Fui a comer asado a lo de unos amigos pero viven en el mismo barrio«. «En realidad yo me quedaría en casa pero salgo para (y una lista interminable de excusas)«. «Yo puedo ir porque tengo permiso«… ¡No! Tu permiso es para ir al trabajo, no para ir yendo a las casas de tus amigos por boludeces, gritaba mi Pepe Grillo interno. Primero me irritaba. Después fui entendiendo un poco más que todos tenemos nuestras razones. Y caí en la cuenta de que lo que me cae mal es la mentira, la trampa, el creerse más vivo que os demás o con más derechos. Tiendo a cumplir la regla. Si es un vale todo, me atengo a eso también. Pero cuando hay una norma y todos empiezan a justificarse para quebrarla, me atraviesa de una forma inexplicable. Aprendí que es mejor frenar. Respirar. Entender que yo a veces también tengo mis motivos para escaparle un poco a la norma. A veces me sale. Muchas me sigue irritando, pero sobre todo por la falta de respeto al otro que implica. 

4- En el afán de estar comunicados, muchas veces terminamos pasándonos un informe que nos aleja. Bueno, no es algo nuevo. Pero sí me dí cuenta de que se pierde mucho del intercambio espontáneo en los vínculos mediados por aplicaciones. Del caos de un Zoom multitudinario a la interferencia de un auricular en mal estado (y ni que decir si en algún lado la conexión no es buena). Y a eso sumar que cuesta más abrirse a la pantalla que a alguien mirándote a los ojos, que los chistes llegan con delay, que cualquier comentario puede ser leído de mil maneras. Punto para el encuentro real. Pero, al mismo tiempo, llamado de atención para la forma en la que (me) comparto y escucho/leo a los demás. Me quiero bajar de cada uno de los grupos que se convirtieron en «cartelera parroquial». Y también reconozco que nos ayudan a estar «cerca» (si es que vale la expresión).

Un día de trabajo que se suponía que iba a ser tranquilo y me dejó fulminada. Creo que uno de los primeros de muchos que vinieron después. De esos en los que las horas pasan volando porque no tenés un minuto para desconectar.

5- ¡Lo global de esto me alucina! Tengo amigos en distintos continentes: fui hablando con ellos a lo largo de este tiempo. Todos guardando y atravesando distintas fases de escalada y desescalada, con distintos nombres, curvas, restricciones y permisos, pero todos atravesados por la misma realidad. creo que nunca lo había vivido. Al menos no lo había notado. Desde las primeras semanas, aun antes de que hubiera casos acá, iba chequeando qué pasaba en Sudáfrica, pendiente de mis vacaciones y con el deseo de que en mayo ya estuviera todo resuelto (pobre ilusa). En relación al punto anterior, fue hermosa la coincidencia para compartir.

6- Salir puede ser importante, pero lo que todos anhelamos es encontrarnos y compartir. Quería gritarlo a los cuatro vientos desde la primera vez que se habló del permiso de los niños para las salidas y de los adultos para correr. Nos iban a dejar salir y muchos creían que eso era clave (seguramente es muy importante) pero lo que realmente impacta es poder encontrarnos, compartir, charlar, estar. Al final, muchas caminatas de los niños fueron vueltas manzanas compartidas con veci-amigos y lo mismo ocurrió con «los runners»: al aire libre, con barbijo y distancia, el permiso para entrenar abrió la puerta a los encuentros. Sí, hubo quienes lo «usaron mal». Pero todos tenemos nuestras razones (lo estoy aprendiendo, ver el punto 3).

Fui la «cuidadora designada» para este par de adultos mayores. Y en algún momento me dí cuenta de que recibí de yapa el regalo de ser hija única por unos ratos.

7- Es fundamental tener (al menos) un par de buenos hobbies. Uno de los míos es encuadernar. Me siento feliz haciendo cosas en casa. Cada vez que tengo un rato libre pienso qué podría hacer (todavía no saqué agujas y lana para tejer, no encuentro el momento). Sigo con mis clases de canto, cuesta, pero muchas veces es una píldora de amor y buena energía. Y la profesora de encuadernación creó un espacio lindísimo para seguir con el taller online. Y eso me empujó a aprender cosas nuevas, a buscar soluciones y a equiparme. Y cada cuaderno de cuarentena me hace feliz. Disfruto cada etapa del proceso. Desde buscar ideas de la nada y encontrar materiales -o decidir usar algo específico y buscar una técnica acorde- hasta sacarle foto al resultado, con sus imperfecciones. También compré marcadores porque tenía ganas de dibujar palabras. Y veo que la gente con hobbies la pasa mejor: jardinería, cerámica, macramé. No importa qué… algo que ocupe las manos y deje que las ideas vayan y vengan con libertad.

8- El ocio realmente es noble. Pero también puede ser nuestro enemigo. Siempre tuve grabada a fuego esa expresión de Mamamá, mi bisabuela. En una carta que le escribió a mamá (su nieta mayor) le daba una especie de consejos o máximas de vida y ahí decía: «Acumula riquezas morales, no te dejes tentar por el brillo monetario. Pero no dejes por ello de procurarte mansas horas libres, de «noble ocio», no te olvides de soñar». Mamamá escribía increíble y pensaba aun mejor. Mi recuerdo es que sabía vivir. Ella hubiera salido ilesa de esta cuarentena eterna. Capaz hay algo suyo corriendo por mis venas. Ojalá.

9- Lettering. Ya confesé: me compré unos marcadores. Fue mi primera compra de cuarentena. Y elegí unos hermosos, una paleta lindísima de tonos desaturados. Y dibujé palabras por acá y por allá. Después se me pasó un poco, pero ahí los tengo, cada tanto los tomo de nuevo para dibujar unas letras. En algún momento sumé otros, buscando ideas, para sacarme el gusto. No diría que sé hacer lettering, estoy a años luz, pero juego con eso y está más que bien.

Las primeras letras con mis marcadores nuevos.

10- La gente te puede sorprender y vos podés sorprender a las personas. Sólo es cuestión de romper barreras: prejucios, timidez, miedo al qué dirán o a hacer el ridículo. Uf… Creo que esto es muy extenso para desarrollar. Peor quiero tenerlo presente: si rompés la barrera podés sorprender y sorprenderte. En el sentido más positivo de la palabra. Siempre para bien. Es sólo cuestión de animarse. No, obvio que no siempre es fácil. Y dudo que lo haya aprendido de una vez y para siempre. Sólo lo pongo en la lista para recordármelo tantas veces como sea necesario.

Del día que me hice una mascarilla de café.

11- Dios ordena. Va acomodando las cosas. Aun cuando a veces parezca que no tiene ni idea. Cuando yo no sé por donde seguir… el camino se va abriendo. Es como si lo único que tuviera que hacer es confiar y caminar. Y la vida en el movimiento se va ordenando. Darle espacio para que me ordene a mí, también. De nuevo, es un aprendizaje en curso. De hecho, creo que esta lección ya la sabía -por el camino, por los viajes, por el laburo, por las misiones- pero siempre es bueno recordar que Él dispone con amor, como que une las partes rotas o las piezas aparentemente inconexas (como en un rompecabezas).

11 bis- Rezar con amigos es lo más. Porque es un momento compartido, de silencios y de charlas que es inigualable. Y aún sin recibir la Eucaristía, la Misa es un regalo. Dios presente. Presente perfecto.

Rezar con amigos. Mirar más allá en todos los sentidos. Abrirse a lo que la vida tenga de regalo…

12- La incertidumbre descoloca al ser humano. uf… Creo que de esto no hay mucho que decir. Ya todos nos dimos cuenta (una vez más) de lo que cuesta vivir sin certezas. Pero, normalmente, ¿qué seguridades tenemos? Quizás sea un poco más de lo mismo: caminar, abrirse a lo nuevo, dejarse sorprender.

13- ¡Ñoquis! Sí. Debo anotarlo como un punto aparte del ítem que hablaba de cocinar por gusto. De diferentes colores y sabores. El que quiera, está invitado a probarlos.

Ñoquis de calabaza y un rico Malbec.

Y esto sigue… Como decía la publicidad de Chandon «Hoy todavía no terminó». A esta cuarentena le quedan aun muchos días. Agradezco (y confieso con algo de pudor que también me aplaudo un poco por esto) poder vivirla como un tiempo de regalo.

Días de regalo

Puede sonar a campaña de shopping. Pero no se trata de eso. Es la intención mirar al presente con ojos nuevos. No sé bien desde cuándo debería contar la cuarentena.

El lunes trabajé hasta tarde en la editorial. El martes estuve acá, coordinando unas notas y me hice un estudio médico (la médica me llamó para ver si iba a ir y hablamos sobre lo prudente o no que podía ser posponerlo). El miércoles decidí no cancelar una entrevista en un café, en Flores. El jueves tuve que ir a la editorial a configurar accesos y desde que volví no salí. Soy un poco feliz porque aprovechando la informalidad de todo fui en bici.

Hoy es domingo. Y acá sigo, guardada. Como millones de argentinos y como no se cuántos en todo el mundo. «¿Ya están en cuarentena?«, me preguntaron hoy desde el viejo mundo. Y tuve que decir que sí. Me cuesta pensar que va a durar sólo unas semanas. No soy buena haciendo pronósticos, pero dudo que sean menos de dos meses (y si lo pienso un poco, creo que estoy pecando de optimista).

De a poco le voy encontrando el pulso a esta situación novedosa de estar cuarenteneada. No me cuesta estar en casa sino más bien la falta de rutinas de laburo, sentir que nunca llego, que nada alcanza ni es suficientemente bueno. Y una suerte de presión o algo que hace que mi cabeza esté en modo trabajo (no necesariamente eficaz, desde ya).

Tomar la vida como viene, me dijo ayer alguien del Hogar de Cristo a quién llamé por una nota. Creo que se trata un poco de eso… De aprender a recibir cada momento con amor y como misión. Y acá estoy, guardada. Disfrutando. Agradeciendo lo mucho que tengo. Con la esperanza de que todo esté bien.