13 cosas que aprendí en cuarentena

Todos estamos aprendiendo siempre. Eso lo sé desde hace algún tiempo. Pero también es cierto que hay momentos especiales, que son como hitos, rupturas o comienzos que resultan particularmente intensos. Con mil cambios de hábitos, esta cuarentena probablemente sea uno de esos. Puede ser un paréntesis o un destacado. Elijo lo segundo.  

En casa.

Intentaría hacer la lista en orden,pero hasta me cuesta decidir el criterio: por orden de importancia, por el impacto en lo cotidiano, por fecha… Cómo sea, acá van desordenadas y con la certeza de que la lista es más larga, 10 cosas que aprendí (o recordé) en tres meses de aislamiento. 

1- Los que más saben tienen un montón de dudas y están dispuestos a aprender y corregir el rumbo. Los que saben -o sabemos poco- somos un poco más tercos. Hablé con grandes profesionales cuando el coronavirus parecía tan lejano como China (sí, en la misma época en la que Ginés dijo que el virus no iba a llegar a la Argentina y cuando la OMS aun no había declarado la pandemia). Hablamos de barbijos, vacunas y distancia social entre otros temas. También de cómo se esconde o pasa inadvertida la tuberculosis «enfermedad marginal«. Recuerdo algo que me quedó picando en la cabeza (me fui de esa entrevista confirmando tres o cinco nuevos casos positivos): «Seguro que si hablamos en dos semanas te contestamos otra cosa«, me dijeron los infectólogos que entre muchas cosas enfatizaron que los niños no se enferman de COVID-19 y que no había razón para usar máscaras. Fui talibana del no uso de barbijos al punto de debatir en el laburo si estaba bien o no poner fotos de personas usándolas para ilustrar las nota de esta enfermedad. 

Un barbijo muy lindo hecho por mamá.

2- ¡A cocinar con ganas! El primer fin de semana de aislamiento busqué una receta de medialunas. Suelo hacer pan casero, esta vez quería algo distinto. Podría haber bajado a la panadería, pero me parecía que estaba bueno aprovechar que estaba más tiempo en casa para hacer esas cosas. Salieron bien. ¿Perfectas? No, ni cerca. Aunque estaban riquísimas. Después hubo varias recetas que recuperé, otras que incorporé y hasta alguna que no resultó como esperaba. Y siguieron unos días en modo automático, como sacándome la tarea de encima. Diría que fueron unos días sosos hasta que se prendió la lamparita y me dí cuenta de que necesitaba un poco de sal y pimienta. Y volvió Flor Gourmet (ponele) con más variedad de sabores y nuevas recetas y demás. Un placer. 

3- Que me irrita la trampa en todas sus versiones. Pero que yo también caigo a veces (el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra). Primero me dí cuenta de que los «policías de cuarentena» me hacían sentir mal. Pero enseguida noté que me irritaba cuando alguien contaba cómo rompía la misma afirmando que su caso era diferente. «Fui a comer asado a lo de unos amigos pero viven en el mismo barrio«. «En realidad yo me quedaría en casa pero salgo para (y una lista interminable de excusas)«. «Yo puedo ir porque tengo permiso«… ¡No! Tu permiso es para ir al trabajo, no para ir yendo a las casas de tus amigos por boludeces, gritaba mi Pepe Grillo interno. Primero me irritaba. Después fui entendiendo un poco más que todos tenemos nuestras razones. Y caí en la cuenta de que lo que me cae mal es la mentira, la trampa, el creerse más vivo que os demás o con más derechos. Tiendo a cumplir la regla. Si es un vale todo, me atengo a eso también. Pero cuando hay una norma y todos empiezan a justificarse para quebrarla, me atraviesa de una forma inexplicable. Aprendí que es mejor frenar. Respirar. Entender que yo a veces también tengo mis motivos para escaparle un poco a la norma. A veces me sale. Muchas me sigue irritando, pero sobre todo por la falta de respeto al otro que implica. 

4- En el afán de estar comunicados, muchas veces terminamos pasándonos un informe que nos aleja. Bueno, no es algo nuevo. Pero sí me dí cuenta de que se pierde mucho del intercambio espontáneo en los vínculos mediados por aplicaciones. Del caos de un Zoom multitudinario a la interferencia de un auricular en mal estado (y ni que decir si en algún lado la conexión no es buena). Y a eso sumar que cuesta más abrirse a la pantalla que a alguien mirándote a los ojos, que los chistes llegan con delay, que cualquier comentario puede ser leído de mil maneras. Punto para el encuentro real. Pero, al mismo tiempo, llamado de atención para la forma en la que (me) comparto y escucho/leo a los demás. Me quiero bajar de cada uno de los grupos que se convirtieron en «cartelera parroquial». Y también reconozco que nos ayudan a estar «cerca» (si es que vale la expresión).

Un día de trabajo que se suponía que iba a ser tranquilo y me dejó fulminada. Creo que uno de los primeros de muchos que vinieron después. De esos en los que las horas pasan volando porque no tenés un minuto para desconectar.

5- ¡Lo global de esto me alucina! Tengo amigos en distintos continentes: fui hablando con ellos a lo largo de este tiempo. Todos guardando y atravesando distintas fases de escalada y desescalada, con distintos nombres, curvas, restricciones y permisos, pero todos atravesados por la misma realidad. creo que nunca lo había vivido. Al menos no lo había notado. Desde las primeras semanas, aun antes de que hubiera casos acá, iba chequeando qué pasaba en Sudáfrica, pendiente de mis vacaciones y con el deseo de que en mayo ya estuviera todo resuelto (pobre ilusa). En relación al punto anterior, fue hermosa la coincidencia para compartir.

6- Salir puede ser importante, pero lo que todos anhelamos es encontrarnos y compartir. Quería gritarlo a los cuatro vientos desde la primera vez que se habló del permiso de los niños para las salidas y de los adultos para correr. Nos iban a dejar salir y muchos creían que eso era clave (seguramente es muy importante) pero lo que realmente impacta es poder encontrarnos, compartir, charlar, estar. Al final, muchas caminatas de los niños fueron vueltas manzanas compartidas con veci-amigos y lo mismo ocurrió con «los runners»: al aire libre, con barbijo y distancia, el permiso para entrenar abrió la puerta a los encuentros. Sí, hubo quienes lo «usaron mal». Pero todos tenemos nuestras razones (lo estoy aprendiendo, ver el punto 3).

Fui la «cuidadora designada» para este par de adultos mayores. Y en algún momento me dí cuenta de que recibí de yapa el regalo de ser hija única por unos ratos.

7- Es fundamental tener (al menos) un par de buenos hobbies. Uno de los míos es encuadernar. Me siento feliz haciendo cosas en casa. Cada vez que tengo un rato libre pienso qué podría hacer (todavía no saqué agujas y lana para tejer, no encuentro el momento). Sigo con mis clases de canto, cuesta, pero muchas veces es una píldora de amor y buena energía. Y la profesora de encuadernación creó un espacio lindísimo para seguir con el taller online. Y eso me empujó a aprender cosas nuevas, a buscar soluciones y a equiparme. Y cada cuaderno de cuarentena me hace feliz. Disfruto cada etapa del proceso. Desde buscar ideas de la nada y encontrar materiales -o decidir usar algo específico y buscar una técnica acorde- hasta sacarle foto al resultado, con sus imperfecciones. También compré marcadores porque tenía ganas de dibujar palabras. Y veo que la gente con hobbies la pasa mejor: jardinería, cerámica, macramé. No importa qué… algo que ocupe las manos y deje que las ideas vayan y vengan con libertad.

8- El ocio realmente es noble. Pero también puede ser nuestro enemigo. Siempre tuve grabada a fuego esa expresión de Mamamá, mi bisabuela. En una carta que le escribió a mamá (su nieta mayor) le daba una especie de consejos o máximas de vida y ahí decía: «Acumula riquezas morales, no te dejes tentar por el brillo monetario. Pero no dejes por ello de procurarte mansas horas libres, de «noble ocio», no te olvides de soñar». Mamamá escribía increíble y pensaba aun mejor. Mi recuerdo es que sabía vivir. Ella hubiera salido ilesa de esta cuarentena eterna. Capaz hay algo suyo corriendo por mis venas. Ojalá.

9- Lettering. Ya confesé: me compré unos marcadores. Fue mi primera compra de cuarentena. Y elegí unos hermosos, una paleta lindísima de tonos desaturados. Y dibujé palabras por acá y por allá. Después se me pasó un poco, pero ahí los tengo, cada tanto los tomo de nuevo para dibujar unas letras. En algún momento sumé otros, buscando ideas, para sacarme el gusto. No diría que sé hacer lettering, estoy a años luz, pero juego con eso y está más que bien.

Las primeras letras con mis marcadores nuevos.

10- La gente te puede sorprender y vos podés sorprender a las personas. Sólo es cuestión de romper barreras: prejucios, timidez, miedo al qué dirán o a hacer el ridículo. Uf… Creo que esto es muy extenso para desarrollar. Peor quiero tenerlo presente: si rompés la barrera podés sorprender y sorprenderte. En el sentido más positivo de la palabra. Siempre para bien. Es sólo cuestión de animarse. No, obvio que no siempre es fácil. Y dudo que lo haya aprendido de una vez y para siempre. Sólo lo pongo en la lista para recordármelo tantas veces como sea necesario.

Del día que me hice una mascarilla de café.

11- Dios ordena. Va acomodando las cosas. Aun cuando a veces parezca que no tiene ni idea. Cuando yo no sé por donde seguir… el camino se va abriendo. Es como si lo único que tuviera que hacer es confiar y caminar. Y la vida en el movimiento se va ordenando. Darle espacio para que me ordene a mí, también. De nuevo, es un aprendizaje en curso. De hecho, creo que esta lección ya la sabía -por el camino, por los viajes, por el laburo, por las misiones- pero siempre es bueno recordar que Él dispone con amor, como que une las partes rotas o las piezas aparentemente inconexas (como en un rompecabezas).

11 bis- Rezar con amigos es lo más. Porque es un momento compartido, de silencios y de charlas que es inigualable. Y aún sin recibir la Eucaristía, la Misa es un regalo. Dios presente. Presente perfecto.

Rezar con amigos. Mirar más allá en todos los sentidos. Abrirse a lo que la vida tenga de regalo…

12- La incertidumbre descoloca al ser humano. uf… Creo que de esto no hay mucho que decir. Ya todos nos dimos cuenta (una vez más) de lo que cuesta vivir sin certezas. Pero, normalmente, ¿qué seguridades tenemos? Quizás sea un poco más de lo mismo: caminar, abrirse a lo nuevo, dejarse sorprender.

13- ¡Ñoquis! Sí. Debo anotarlo como un punto aparte del ítem que hablaba de cocinar por gusto. De diferentes colores y sabores. El que quiera, está invitado a probarlos.

Ñoquis de calabaza y un rico Malbec.

Y esto sigue… Como decía la publicidad de Chandon «Hoy todavía no terminó». A esta cuarentena le quedan aun muchos días. Agradezco (y confieso con algo de pudor que también me aplaudo un poco por esto) poder vivirla como un tiempo de regalo.

Días de regalo

Puede sonar a campaña de shopping. Pero no se trata de eso. Es la intención mirar al presente con ojos nuevos. No sé bien desde cuándo debería contar la cuarentena.

El lunes trabajé hasta tarde en la editorial. El martes estuve acá, coordinando unas notas y me hice un estudio médico (la médica me llamó para ver si iba a ir y hablamos sobre lo prudente o no que podía ser posponerlo). El miércoles decidí no cancelar una entrevista en un café, en Flores. El jueves tuve que ir a la editorial a configurar accesos y desde que volví no salí. Soy un poco feliz porque aprovechando la informalidad de todo fui en bici.

Hoy es domingo. Y acá sigo, guardada. Como millones de argentinos y como no se cuántos en todo el mundo. «¿Ya están en cuarentena?«, me preguntaron hoy desde el viejo mundo. Y tuve que decir que sí. Me cuesta pensar que va a durar sólo unas semanas. No soy buena haciendo pronósticos, pero dudo que sean menos de dos meses (y si lo pienso un poco, creo que estoy pecando de optimista).

De a poco le voy encontrando el pulso a esta situación novedosa de estar cuarenteneada. No me cuesta estar en casa sino más bien la falta de rutinas de laburo, sentir que nunca llego, que nada alcanza ni es suficientemente bueno. Y una suerte de presión o algo que hace que mi cabeza esté en modo trabajo (no necesariamente eficaz, desde ya).

Tomar la vida como viene, me dijo ayer alguien del Hogar de Cristo a quién llamé por una nota. Creo que se trata un poco de eso… De aprender a recibir cada momento con amor y como misión. Y acá estoy, guardada. Disfrutando. Agradeciendo lo mucho que tengo. Con la esperanza de que todo esté bien.

Santo Domingo de la…

Hace siglos recibo el evangelio del día por mail: cuando empecé a recibirlo (porque traía una linda reflexión), vivía en lo de mis padres y tenía Internet vía teléfono. Por alguna razón, nunca me dí de baja de esa lista, aunque casi no lo leo. Supongo que porque cada tanto hay algo que llama mi atención o sirve para tener a mano una lectura sobre la que quiero volver o scrolleo el envío a ver si me gusta la oración que incluye de la Liturgia de las Horas. Hoy borrando mails ví el del domingo y mi vista se frenó en el santoral: el 12 de mayo es Santo Domingo de la Calzada. No, no sé quién es. Ni le tengo especial devoción. Pero aun así, es especial.

La localidad apareció a media mañana en una etapa que fue especial cuando hice el camino. Era la primera despedida fuerte del recorrido. Cada uno arrancó ese día a su ritmo. Habíamos dormido en Azofra, el albergue tenía un patio interno con una fuente donde poner los pies y en el pueblo había al menos uno o dos mercaditos donde compramos birra, vino y algunas cosas ricas para una picada que se convirtió en cena. Salí un poco más tarde que el resto de la «familia»: Luca y Juliana ya tenían en mente empezar a apurar el paso. Por alguna razón Paolo estuvo listo muy temprano y decidió arrancar solo. Quedábamos Íñigo y yo, se tuvo que aguantar unas paradas el primer tramo porque me dolía mucho una pantorrilla cuando empezaba a caminar. Llegamos a Santo Domingo de la Calzada (para ese entonces yo ya  sabía cómo seguía el nombre: «… donde cantó la gallina después de asada») con idea de recorrer la Iglesia y seguir cada uno su camino: él de vuelta a su casa y yo a Santiago. Pensábamos que ya habíamos perdido a los italianos (una pena, porque mi plan era seguir con ellos unos días más), pero volvimos a encontrarlos y desayunamos juntos (en el camino siempre hay tiempo para café o birra y un pincho de tortilla, no importa la hora que sea ni el lugar donde te encuentre el deseo de hacer un recreo). Todos nos alegramos. Paolo, Luca y Juliana, que ya habían tenido tiempo de descansar eligieron retomar el camino enseguida. Mi pausa fue un poco más larga. Pero me esperaban en Grañón, lugar en el que me habían recomendado terminar una etapa para vivir la experiencia linda del albuergue.

Nos encontramos, los chicos ya habían averiguado que había fiesta en el pueblo. Y habían decidido seguir camino: Luca y Juliana, con el deseo de llegar a Compostela en el tiempo que les quedaba. Paolo, no se bien por qué… Creo que por la idea de no poder dormir por el ruido o algo así. Nos quedamos un ratazo más en ese lugar. Nos reímos, comimos, nos refrescamos. Yo me quería quedar, pero también quería seguir con la familia un tiempo más así que apoyé la moción de seguir adelante pensando que avanzar unos kilómetros extras podía ser clave para que Juliana llegara a Santiago un día antes de su vuelo. Esperé a que los chicos terminaran con su ritual para prevenir/curar ampollas. Nos calzamos las mochilas y avanzamos hacia Viloria de La Rioja (unos 7 km más de lo que yo tenía previsto caminar ese día, con la idea sabia de hacer etapas más cortas, aprovechando que tenía mucho tiempo). Llegamos, cansados, pero satisfechos por el recorrido que habíamos hecho. Para mí, había sido uno de esos días intensos, que tocan una, dos y mil fibras del ser. El pueblo parecía un sitio fantasma. No había un alma. Golpeamos la puerta del albergue y nada. Nos cruzamos a un vecino y no sabía nada. Estábamos exhaustos. Luca y Juliana se quedaron con las mochilas y con Paolo fuimos a buscar el otro albergue, uno apadrinado por Coelho (emoji con ojitos levantados)… pero no sólo no había lugar sino que no nos sentimos bienvenidos. Averiguamos para quedarnos en un (el) hotel del lugar, pero los dueños partían de viaja la madrugada siguiente y no tenían ganas de recibirnos. Decidimos entonces probar suerte en el siguiente pueblo, a unos 4 km, pero antes de ponernos en camino averiguamos si había lugar en el albergue que aparecía en la guía. Tuvimos suerte. Ese tramo fue entre silencio, cansancio y mucho pensar y compartir sobre la decisión de haber dejado Grañón.

El albergue de Villamayor del Río era como una casa de campo, a unos 100 metros de la ruta que parecieron interminables. Estábamos en el medio de la nada. Y teníamos toda la casa para nosotros. Decidí no pasarla mal arrepintiéndome de no haber dormido en Grañón, me bañé rápido, lavé mi ropa y tomé una cerveza mirando el parque. Comimos un «menú del peregrino» casi sin hablar… estábamos filtrados. Había sido una etapa eterna. No quiero ni pensar cuántos kilómetros habíamos caminado bajó el sol fuerte del verano español y sumado al esfuerzo físico creo que todos habíamos tenido una jornada de silencio (y el silencio, en el camino suele ser sinónimo de muchas emociones y pensamientos puestos en juego).

Amanecimos al alba. Y Dios nos regaló un cielo estrellado para empezar la siguiente jornada. Creo que ese mismo día Paolo acuñó la frase de Santo Domingo de la Mierda*. Enojado porque según él a partir de ahí empezó su «mala» suerte. desde entonces hablamos mucho de Grañón y de no arrepentirse siempre de las decisiones que uno tomó. Y, en cambio, tomar lo bueno de cada situación y seguir en camino… hacia adelante. Y también alguna vez más salió la expresión, Santo Domingo de la Mierda que hoy recordé al pasar por el mail del Evangelio del Día que anuncia que el 12 de mayo se celebra la fiesta de Santo Domingo de la Calzada.

*Puede que sea una herejía, pero debo ser fiel a la expresión que tantas veces repitió Paolo, tiene un sentido. Todos tenemos algún lugar o momento o algo así. O no?

Balances

En diciembre escribía esto: «Hace cuatro meses partía a Europa con una felicidad tan grande que no cabía en mí. Al fin había llegado la hora de empezar una esperada aventura: el camino de Santiago. Pasó un cuatrimestre desde que subí al avión y poco menos desde que empecé a caminar. Volvería. Antes de llegar a Santiago supe que quería más de eso. Dicen que volver es importante. Y creo que así es. Me llevó un tiempo volver a mi vida que era la de antes y al mismo tiempo había cambiado. Hace unos días, tal vez un par de semanas, me escuché diciendo que había tardado en habituarme tanto tiempo como el viajado.»

Hoy, un año después de haber llegado al fin del mundo -qué gran regalo haber tenido días extras para caminar-, todavía siento esas ganas intensas de volver al camino. No lo puedo explicar y tampoco lo logro entender. Es una sensación extraña: como si este no fuera mi lugar. Y la verdad es que no tengo ni idea cuál es mi lugar. Esas líneas del principio, coincidían con un tiempo natural de balances: diciembre, fin de año, época en la que -con propósito o sin quererlo- tendemos a repasar los objetivos tácitos o explícitos del año. Quizás esta vuelta llega antes ese tiempo de evaluar o revisar. O, tal vez, es la necesidad de cerrar una etapa (y la falta de valor para concretarlo) lo que me está empujando a mirar ambos platillos y llenarlos no sólo con logros y conquistas sino también con eso que no me está saliendo como quiero.

¿Alguna vez te la pegaste fuerte?

El deseo fuerte de saltar. La certeza de que me voy a levantar. El fastidio conmigo misma por haber estado siempre tan preocupada por no tropezar. Siento que iba tan atenta a seguir en la senda que me estaba perdiendo el colorido del paisaje, la incertidumbre de no saber por donde ir o la emoción de tener que volver al camino.

«¿Alguna vez te la pegaste fuerte?», me preguntó una amiga hace unos meses… cuando yo le pedía la fórmula para arriesgar siempre, con tranquilidad y una sonrisa. «No», tuve que contestar y ella entonces remató: «Bueno, yo me la vivo pegando. Y siempre me vuelvo a levantar. Entonces, ahora cuando sé que no va por donde estoy yendo… puedo cambiar de rumbo: tengo la experiencia de haberme recuperado de los golpes». Estábamos en un bar. Fueron unos minutos que valieron por mil charlas TED sobre tomar valor y saltar. Desde entonces mi cabeza, que ya venía arremolinada, es un caos. El huracán Florence. Y dí pasos. Por primera vez en mucho tiempo empecé a mover piezas con las que me aterraba jugar. Y no pasó nada. En todos los sentidos posibles: por un lado, esa seguridad de que «no pasa nada, nada es tan grave»; por el otro… tampoco se armaron las olas inmensas que había imaginado. Y en el medio, tengo la certeza de que algo se está moviendo… tal vez lentamente y de modo casi imperceptible, pero con seguridad significará un gran cambio (como los desplazamientos geológicos, diría sin estar tan segura de mis conocimientos de geografía pero confiada en que la referencia se puede entender).

¡Equivocate!

Ayer me tocó entrevistar y escuchar a personas que llegaron lejos. De esas que te hablan con felicidad de sus vidas personales y a las que cualquiera podría admirar por sus logros profesionales. En medio de una entrevista, el CEO de una compañía internacional me contó sobre el recorrido que hizo para llegar a ese lugar. Había abandonado su trabajo en el área financiera, cansado de números, y empezó a trabajar en una bodega. Primero como asistente en diversas áreas y luego como director. Este nombramiento llegó de manera sorpresiva y la respuesta que recibió cuando dijo que no sabía si iba a saber cómo hacer las cosas fue: «Equivocate. Eso es lo que espero de vos porque es la forma en la que se aprende«.

Me quedaron resonando esas palabras, porque tomé una decisión que puede causar cierto impacto en mi vida. No es la gran cosa, pero para mí, acostumbrada a ir siempre por el camino marcado, a hacer lo que se espera, a mantener certezas y jugar en el campo seguro, es un paso importante También porque le puse esa carga. Porque estoy saltando a un lugar que no conozco y por ahora no veo tampoco el horizonte muy claro. Pero no me asusta (de a ratos sí), al contrario, me sorprende mi tranquilidad (aunque debo reconocer cierta ansiedad).

«Equivocate. Eso es lo que espero de vos porque es la forma en la que se aprende»

Pero cuando el día ya me había aplastado -¿habrá sido la lluvia? ¿alguna respuesta que no esperaba? ¿algún mail que no llegó?- volví a escuchar el consejo: «Equivocate«. No era para mí. Era una de las exponentes en un panel de Mujeres que lideran y se lo decía a sí misma sabiendo que el auditorio estaba pendiente de sus palabras.

De nuevo la palabra quedó picando en mi ser. Tal vez porque vengo de días, semanas… ¿meses? en los que lamento no haber metido la pata un poco más. Haber tenido tanto ¿miedo? a caer o no poder; haber sido tan estricta conmigo pensando en encajar, en cumplir con todo; haberme equivocado, justamente, en esto de no querer-no permitirme equivocarme.

Si tuviera la posibilidad de decirle algo a Flor del pasado, a la adolescente, le diría que se equivoque… no pasa nada. Al revés, suma porque esa es la forma de aprender, de crecer… de vivir.

Lenguaje universal

No. No voy a hablar de la sonrisa -aunque estoy convencida de que ese es el lenguaje universal por excelencia- sino de la oración. Anoche, distraída y borrando mails, miré el Evangelio del día (Mt 6, 7-15… está copiado abajo) y me disparó automáticamente a mi llegada a Santiago. Supongo que porque por estos días intento seleccionar fotos del viaje para diversos usos. El caso es que ese día, 8 de septiembre, fue muy especial. Había dormido en Monte de Gozo, a sólo 5 kilómetros de la catedral porque quería tomarme esa tarde para pregustar los últimos pasos y posgustar tanto camino recorrido. Me desperté antes de lo que me hubiera gustado (para ese entonces ya no ponía despertador, sabía que los ruidos del cuarto iban a hacer su trabajo), hice todo con calma y en silencio y esperé unos minutos a ver si empezaba a clarear.

Empecé a caminar de noche, tranquila y ansiosa al mismo tiempo. Enseguida hubo una posibilidad de bifurcación… dudé y aparecieron otros peregrinos. Un chico de Eslovaquia con el que había hablado apenas el día anterior y una pareja (tal vez eran hermanos… nunca lo supe) de polacos a los que me venía cruzando desde Pereje, pero con los que no había hablado más que algún saludo o alguna información práctica como dónde comer. Ninguno de ellos hablaba mucho inglés, así que la comunicación era bastante primitiva. Nos vimos caras conocidas, nos saludamos, el polaco me vio con el Rosario y me dijo de rezar juntos. Y terminamos las decenas intercalando polaco y castellano. Fue un gran momento. De oración profunda, de comunidad, de confianza… y mientras tanto el corazón latiendo fuerte, expectante y alegre.


X Lectura del santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor.
Agrego, también, la reflexión que recibí de Unos Momentos:
Jesús nos alienta a una conversación íntima y sencilla con nuestro Padre Dios: “entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre”. El Señor nos dice que no hacen falta muchas palabras, pero sí, que nuestras peticiones sean hechas con humildad y confianza.

Los católicos estamos acostumbrados a rezar el Padrenuestro. No existen idiomas en los que esta llamada Oración de Jesús no haya sido traducida a lo largo de los dos mil años de historia.

Hoy vamos a leer un Padrenuestro que es realmente original, porque esta pensado para que lo rece el propio Dios. ¿Cómo puede rezar Dios un Padrenuestro? El Padre Martín Descalzo encontró la forma: mostrar el revés de la trama, hablando de Padre a hijo. El Padrenuestro de Dios, se titula:

Hijo mío que estás en la tierra, preocupado, solitario, tentado: yo conozco perfectamente tu nombre, y lo pronuncio como santificándolo, porque te amo. No, no estás solo, sino habitado por mí, y juntos construimos este reino del que tú vas a ser el heredero. Me gusta que hagas mi voluntad, porque mi voluntad es que tu seas feliz, ya que la gloria de Dios es el hombre viviente. Cuenta siempre conmigo y tendrás el pan para hoy. No te preocupes, sólo te pido que sepas compartirlo con tus hermanos. Sabes que perdono todas las ofensas, antes incluso que las cometas. Por eso te pido que hagas lo mismo con los que a ti te ofenden. Para que nunca caigas en la tentación, tómate fuerte de mi mano y yo te libraré del mal, pobre y querido hijo mío.

.

Encuentros

El camino es puro aprendizaje (sí, sí, como la vida misma). Es un espacio donde se evidencian muchas cosas. Por ejemplo, que las mochilas dificultan los abrazos. Vamos caminando con nuestras mochilas a cuestas -grandes, pequeñas, cómodas o no tanto-. Vamos con ellas con tanta naturalidad, que a veces hasta olvidamos que las llevamos. Lo mismo ocurre en la vida -creo que cada uno sabe bien qué es lo que viene cargando-, nos acostumbramos a ese equipaje que traemos (parte de nuestra historia, posiblemente con algo para soltar y otro tanto para atesorar). El tema es que, de pronto, te cruzás con alguien y querés abrazarlo -por la alegría del encuentro, por amor, por empatía con algo que le pasa, para despedirse… por lo que sea- y las mochilas interfieren en ese deseo. Supongo que algo de eso pasa también en la vida cotidiana. Eso no quiere decir que uno tenga que abandonar lo que trae por ahí… Pero a veces es bueno dejar a un lado el equipaje, abrazarse sin interferencias y después volver a calzarse la mochila, quizás ayudar al otro a sacar lo innecesario de la suya y permitirle que edite la propia sacando lo que ya no necesitamos. Y, quien sabe, después, disfrutar el caminar más livianos.

¿Y ahora?

ETAPA XX · Foncebadón – Ponferrada

 


 

La flechas amarillas son mis aliadas desde hace unos días. Casi me animaría a decir que me convertí en una experta «encontradora» de estos indicadores. Levanto la mirada y en un paneo rápido detecto por dónde sigue el camino. Sin embargo, debo reconocer que no siempre las veo. Ayer salí de Molina Seca con María (de Gijón) y en medio de una charla interesante pensamos que nos habíamos salteado el desvío. Pero, llamémoslo suerte o providencia, en cuanto comenzábamos a pensar qué tal vez estábamos equivocadas ya que ni hacia adelante ni para atrás veíamos peregrinos, apareció una mujer con un niño y pudimos preguntarle si íbamos en la dirección correcta. Ella fue nuestra flecha amarilla.

Si bien siempre es el mismo símbolo, va cambiando de forma y soporte según la región. Y a veces, como ayer, no son trozos de madera pintada o tallados en piedra sino personas que nos van señalando por dónde ir. Ver las flechas me da cierta paz… es la certeza de ir por el camino correcto (que, a su vez es la tranquilidad de no tener que retroceder para retomar). En la vida no me resulta siempre tan fácil detectar estas señales. O quizás tengo menos confianza cuando no son del todo claras o dudo más al descubrir una que no es tal cuál esperaba verla o me enceguezco pensando que fui por el lado equivocado en lugar de levantar la mirada  hacer un paneo buscado ese signo advirtiendo que la cosa es por ahí…

 

Viaje en el tiempo

ETAPA XIX · Astorga – Foncebadón

Volvieron los montes. Subidas y bajadas de padecen/disfrutan con los ojos, los pies y el corazón. El primer destino de esta nueva etapa fue Foncebadón. Un pueblo perdido en el tiempo. «Cuando empecé a venir solo había acá dos personas viviendo«, recuerda Fernando Esteban (lleva unos 7 años como hospitalero voluntario en el Albergue Parroquial Domus Dei) y sigue: «Una señora con su hijo, que tiraba piedras a los peregrinos para ahuyentarlos, te guardaba a sus vacas en este espacio que estaba cayéndose a pedazos«.

Tras hacer el camino unas 18 veces, decidió que era tiempo de devolver al camino algo de lo que éste le había regalado y por eso lleva 16 años dedicando unas semanas al año a ser hospitalero. Su mirada profunda, su espíritu servicial y su tono justo de firmeza y calidez denotan un gran amor. Ese parece ser el ingrediente clave en esta casa que reúne a los peregrinos como familia.

A las 18:15 tenemos encuentro de intercambio y luego prepararemos la cena en comunidad. Mañana nadie puede levantarse antes de las 6 y todos estamos invitados (lo plenteó casi como una obligación) a desayunar antes de encarar 12km sin pueblos intermedios.

Así es todo en este lugar -a unos 25/27km de Astorga- al que se llega luego de una subida tranquila pero constante. Uno se sumerge en un tiempo paralelo y tanto es así que el restaurante principal es un lugar donde se sirve comida «medieval». Toda la decoración tiene ese espíritu. Comí ciervo con papas. Compartimos un vino en jarra. Fue un gran momento, larga comida que rematamos con un café.

Brindis por la vida, por el camino recorrido y por los pasos que vendrán en el restaurante medieval de Foncebadón.

A eso se suma el WiFi escaso, que obliga a bajar el ritmo y mirar alrededor. A disfrutar una breve siesta mientras afuera llueve. A saborear cada segundo como es: único, efímero, irrepetible… El tiempo tiene otro ritmo, más calmo. 

El clima ayuda: cayeron unas gotas cuando estábamos llegando (hice buenos tramos con David y Pedro, los asturianos). Ya en el albergue y después de haberme «acomodado», se largó a llover.

Rocío, la española, está en el mismo albergue que yo. También hay varios italianos, Victoria (de Bielorrusia), dos hermanas polacas (Kate & Anushka), Urosh, un serbio que estuvo viviendo en Australia.

El rato de compartida fue lindísimo. Por alguna razón (supongo que por hablar inglés y español) me tocó traducir de una a otra lengua. Fue la excusa para prestar más atención a lo que cada uno traía.

Fernando nos contó historias del camino y fue hermoso. Nos trata con algo de rigidez, creo que a los más chicos los inhibe un poco su forma, pero al mismo tiempo siento que nos regala algo de la riqueza del camino.

 

Pequeñas cumbres

ETAPA XII · Hornillos del Camino – Ítero de la Vega

El camino es irregular. Hay diferentes suelos, paisajes cambiantes y alturas desiguales. Esto último implica subidas y bajadas que pueden tocar en cualquier momento de la jornada. Ayer el plan era acabar el día en Castrojeriz, a unos 20 Km de donde había amanecido y justo antes de encarar un tramo de alrededor de 10 Km sin albergues y con una cuesta empinada de unos… No sé, ¿150 metros?

La compañía, el hecho de que aún fuera temprano, la sensación de estar bastante íntegra (hay unos músculos que me la hacen parir un poco a la mañana cuando arranco) y la idea de qué es mejor afrontar el desafío cuando uno viene con envión que al arrancar me hicieron seguir… Aunque llevo unas jornadas prometiéndome a mí misma hacer etapas cortas.

¡Castroeriz a la vista!

El caso es que la subida finalmente no era tan extrema. Demandaba cierto esfuerzo, pero se podía llevar bien. Igualmente la bajada (estaba advertida: era de un 18%). Cada uno subió con su cúmulo de justificaciones y metas. Y me di cuenta de que cada quien encaraba ese desafío de un modo peculiar.

Hay tantos modos de afrontar la subida como peregrinos en el camino.

Hay quiénes lo hicieron al trote, otros que daban pasos cortos y rápidos, algunos que preferían largas zancadas, unos ayudados por bastones, otros frenando cada pocos metros, algunos más de corrido… Nos veía subir (a mí, a mi familia del camino y a varios otros con los que nos cruzamos cada día) y pensaba en el paralelo entre como yo enfrento las subidas (el esfuerzo de subir siempre es menor al pánico de caer rodando al bajar), no sólo en la montaña sino en la vida real. Personalmente, creo que tiendo a darle para adelante y, de tanto en tanto, hacer un alto en el camino para ver lo alcanzado y tomar impulso para un nuevo trecho. Aca, además, tenía el valor agregado de ver el paisaje que quedaba atrás…