Santo Domingo de la…

Hace siglos recibo el evangelio del día por mail: cuando empecé a recibirlo (porque traía una linda reflexión), vivía en lo de mis padres y tenía Internet vía teléfono. Por alguna razón, nunca me dí de baja de esa lista, aunque casi no lo leo. Supongo que porque cada tanto hay algo que llama mi atención o sirve para tener a mano una lectura sobre la que quiero volver o scrolleo el envío a ver si me gusta la oración que incluye de la Liturgia de las Horas. Hoy borrando mails ví el del domingo y mi vista se frenó en el santoral: el 12 de mayo es Santo Domingo de la Calzada. No, no sé quién es. Ni le tengo especial devoción. Pero aun así, es especial.

La localidad apareció a media mañana en una etapa que fue especial cuando hice el camino. Era la primera despedida fuerte del recorrido. Cada uno arrancó ese día a su ritmo. Habíamos dormido en Azofra, el albergue tenía un patio interno con una fuente donde poner los pies y en el pueblo había al menos uno o dos mercaditos donde compramos birra, vino y algunas cosas ricas para una picada que se convirtió en cena. Salí un poco más tarde que el resto de la «familia»: Luca y Juliana ya tenían en mente empezar a apurar el paso. Por alguna razón Paolo estuvo listo muy temprano y decidió arrancar solo. Quedábamos Íñigo y yo, se tuvo que aguantar unas paradas el primer tramo porque me dolía mucho una pantorrilla cuando empezaba a caminar. Llegamos a Santo Domingo de la Calzada (para ese entonces yo ya  sabía cómo seguía el nombre: «… donde cantó la gallina después de asada») con idea de recorrer la Iglesia y seguir cada uno su camino: él de vuelta a su casa y yo a Santiago. Pensábamos que ya habíamos perdido a los italianos (una pena, porque mi plan era seguir con ellos unos días más), pero volvimos a encontrarlos y desayunamos juntos (en el camino siempre hay tiempo para café o birra y un pincho de tortilla, no importa la hora que sea ni el lugar donde te encuentre el deseo de hacer un recreo). Todos nos alegramos. Paolo, Luca y Juliana, que ya habían tenido tiempo de descansar eligieron retomar el camino enseguida. Mi pausa fue un poco más larga. Pero me esperaban en Grañón, lugar en el que me habían recomendado terminar una etapa para vivir la experiencia linda del albuergue.

Nos encontramos, los chicos ya habían averiguado que había fiesta en el pueblo. Y habían decidido seguir camino: Luca y Juliana, con el deseo de llegar a Compostela en el tiempo que les quedaba. Paolo, no se bien por qué… Creo que por la idea de no poder dormir por el ruido o algo así. Nos quedamos un ratazo más en ese lugar. Nos reímos, comimos, nos refrescamos. Yo me quería quedar, pero también quería seguir con la familia un tiempo más así que apoyé la moción de seguir adelante pensando que avanzar unos kilómetros extras podía ser clave para que Juliana llegara a Santiago un día antes de su vuelo. Esperé a que los chicos terminaran con su ritual para prevenir/curar ampollas. Nos calzamos las mochilas y avanzamos hacia Viloria de La Rioja (unos 7 km más de lo que yo tenía previsto caminar ese día, con la idea sabia de hacer etapas más cortas, aprovechando que tenía mucho tiempo). Llegamos, cansados, pero satisfechos por el recorrido que habíamos hecho. Para mí, había sido uno de esos días intensos, que tocan una, dos y mil fibras del ser. El pueblo parecía un sitio fantasma. No había un alma. Golpeamos la puerta del albergue y nada. Nos cruzamos a un vecino y no sabía nada. Estábamos exhaustos. Luca y Juliana se quedaron con las mochilas y con Paolo fuimos a buscar el otro albergue, uno apadrinado por Coelho (emoji con ojitos levantados)… pero no sólo no había lugar sino que no nos sentimos bienvenidos. Averiguamos para quedarnos en un (el) hotel del lugar, pero los dueños partían de viaja la madrugada siguiente y no tenían ganas de recibirnos. Decidimos entonces probar suerte en el siguiente pueblo, a unos 4 km, pero antes de ponernos en camino averiguamos si había lugar en el albergue que aparecía en la guía. Tuvimos suerte. Ese tramo fue entre silencio, cansancio y mucho pensar y compartir sobre la decisión de haber dejado Grañón.

El albergue de Villamayor del Río era como una casa de campo, a unos 100 metros de la ruta que parecieron interminables. Estábamos en el medio de la nada. Y teníamos toda la casa para nosotros. Decidí no pasarla mal arrepintiéndome de no haber dormido en Grañón, me bañé rápido, lavé mi ropa y tomé una cerveza mirando el parque. Comimos un «menú del peregrino» casi sin hablar… estábamos filtrados. Había sido una etapa eterna. No quiero ni pensar cuántos kilómetros habíamos caminado bajó el sol fuerte del verano español y sumado al esfuerzo físico creo que todos habíamos tenido una jornada de silencio (y el silencio, en el camino suele ser sinónimo de muchas emociones y pensamientos puestos en juego).

Amanecimos al alba. Y Dios nos regaló un cielo estrellado para empezar la siguiente jornada. Creo que ese mismo día Paolo acuñó la frase de Santo Domingo de la Mierda*. Enojado porque según él a partir de ahí empezó su «mala» suerte. desde entonces hablamos mucho de Grañón y de no arrepentirse siempre de las decisiones que uno tomó. Y, en cambio, tomar lo bueno de cada situación y seguir en camino… hacia adelante. Y también alguna vez más salió la expresión, Santo Domingo de la Mierda que hoy recordé al pasar por el mail del Evangelio del Día que anuncia que el 12 de mayo se celebra la fiesta de Santo Domingo de la Calzada.

*Puede que sea una herejía, pero debo ser fiel a la expresión que tantas veces repitió Paolo, tiene un sentido. Todos tenemos algún lugar o momento o algo así. O no?

Lenguaje universal

No. No voy a hablar de la sonrisa -aunque estoy convencida de que ese es el lenguaje universal por excelencia- sino de la oración. Anoche, distraída y borrando mails, miré el Evangelio del día (Mt 6, 7-15… está copiado abajo) y me disparó automáticamente a mi llegada a Santiago. Supongo que porque por estos días intento seleccionar fotos del viaje para diversos usos. El caso es que ese día, 8 de septiembre, fue muy especial. Había dormido en Monte de Gozo, a sólo 5 kilómetros de la catedral porque quería tomarme esa tarde para pregustar los últimos pasos y posgustar tanto camino recorrido. Me desperté antes de lo que me hubiera gustado (para ese entonces ya no ponía despertador, sabía que los ruidos del cuarto iban a hacer su trabajo), hice todo con calma y en silencio y esperé unos minutos a ver si empezaba a clarear.

Empecé a caminar de noche, tranquila y ansiosa al mismo tiempo. Enseguida hubo una posibilidad de bifurcación… dudé y aparecieron otros peregrinos. Un chico de Eslovaquia con el que había hablado apenas el día anterior y una pareja (tal vez eran hermanos… nunca lo supe) de polacos a los que me venía cruzando desde Pereje, pero con los que no había hablado más que algún saludo o alguna información práctica como dónde comer. Ninguno de ellos hablaba mucho inglés, así que la comunicación era bastante primitiva. Nos vimos caras conocidas, nos saludamos, el polaco me vio con el Rosario y me dijo de rezar juntos. Y terminamos las decenas intercalando polaco y castellano. Fue un gran momento. De oración profunda, de comunidad, de confianza… y mientras tanto el corazón latiendo fuerte, expectante y alegre.


X Lectura del santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor.
Agrego, también, la reflexión que recibí de Unos Momentos:
Jesús nos alienta a una conversación íntima y sencilla con nuestro Padre Dios: “entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre”. El Señor nos dice que no hacen falta muchas palabras, pero sí, que nuestras peticiones sean hechas con humildad y confianza.

Los católicos estamos acostumbrados a rezar el Padrenuestro. No existen idiomas en los que esta llamada Oración de Jesús no haya sido traducida a lo largo de los dos mil años de historia.

Hoy vamos a leer un Padrenuestro que es realmente original, porque esta pensado para que lo rece el propio Dios. ¿Cómo puede rezar Dios un Padrenuestro? El Padre Martín Descalzo encontró la forma: mostrar el revés de la trama, hablando de Padre a hijo. El Padrenuestro de Dios, se titula:

Hijo mío que estás en la tierra, preocupado, solitario, tentado: yo conozco perfectamente tu nombre, y lo pronuncio como santificándolo, porque te amo. No, no estás solo, sino habitado por mí, y juntos construimos este reino del que tú vas a ser el heredero. Me gusta que hagas mi voluntad, porque mi voluntad es que tu seas feliz, ya que la gloria de Dios es el hombre viviente. Cuenta siempre conmigo y tendrás el pan para hoy. No te preocupes, sólo te pido que sepas compartirlo con tus hermanos. Sabes que perdono todas las ofensas, antes incluso que las cometas. Por eso te pido que hagas lo mismo con los que a ti te ofenden. Para que nunca caigas en la tentación, tómate fuerte de mi mano y yo te libraré del mal, pobre y querido hijo mío.

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Encuentros

El camino es puro aprendizaje (sí, sí, como la vida misma). Es un espacio donde se evidencian muchas cosas. Por ejemplo, que las mochilas dificultan los abrazos. Vamos caminando con nuestras mochilas a cuestas -grandes, pequeñas, cómodas o no tanto-. Vamos con ellas con tanta naturalidad, que a veces hasta olvidamos que las llevamos. Lo mismo ocurre en la vida -creo que cada uno sabe bien qué es lo que viene cargando-, nos acostumbramos a ese equipaje que traemos (parte de nuestra historia, posiblemente con algo para soltar y otro tanto para atesorar). El tema es que, de pronto, te cruzás con alguien y querés abrazarlo -por la alegría del encuentro, por amor, por empatía con algo que le pasa, para despedirse… por lo que sea- y las mochilas interfieren en ese deseo. Supongo que algo de eso pasa también en la vida cotidiana. Eso no quiere decir que uno tenga que abandonar lo que trae por ahí… Pero a veces es bueno dejar a un lado el equipaje, abrazarse sin interferencias y después volver a calzarse la mochila, quizás ayudar al otro a sacar lo innecesario de la suya y permitirle que edite la propia sacando lo que ya no necesitamos. Y, quien sabe, después, disfrutar el caminar más livianos.

¿Y ahora?

ETAPA XX · Foncebadón – Ponferrada

 


 

La flechas amarillas son mis aliadas desde hace unos días. Casi me animaría a decir que me convertí en una experta «encontradora» de estos indicadores. Levanto la mirada y en un paneo rápido detecto por dónde sigue el camino. Sin embargo, debo reconocer que no siempre las veo. Ayer salí de Molina Seca con María (de Gijón) y en medio de una charla interesante pensamos que nos habíamos salteado el desvío. Pero, llamémoslo suerte o providencia, en cuanto comenzábamos a pensar qué tal vez estábamos equivocadas ya que ni hacia adelante ni para atrás veíamos peregrinos, apareció una mujer con un niño y pudimos preguntarle si íbamos en la dirección correcta. Ella fue nuestra flecha amarilla.

Si bien siempre es el mismo símbolo, va cambiando de forma y soporte según la región. Y a veces, como ayer, no son trozos de madera pintada o tallados en piedra sino personas que nos van señalando por dónde ir. Ver las flechas me da cierta paz… es la certeza de ir por el camino correcto (que, a su vez es la tranquilidad de no tener que retroceder para retomar). En la vida no me resulta siempre tan fácil detectar estas señales. O quizás tengo menos confianza cuando no son del todo claras o dudo más al descubrir una que no es tal cuál esperaba verla o me enceguezco pensando que fui por el lado equivocado en lugar de levantar la mirada  hacer un paneo buscado ese signo advirtiendo que la cosa es por ahí…

 

Viaje en el tiempo

ETAPA XIX · Astorga – Foncebadón

Volvieron los montes. Subidas y bajadas de padecen/disfrutan con los ojos, los pies y el corazón. El primer destino de esta nueva etapa fue Foncebadón. Un pueblo perdido en el tiempo. «Cuando empecé a venir solo había acá dos personas viviendo«, recuerda Fernando Esteban (lleva unos 7 años como hospitalero voluntario en el Albergue Parroquial Domus Dei) y sigue: «Una señora con su hijo, que tiraba piedras a los peregrinos para ahuyentarlos, te guardaba a sus vacas en este espacio que estaba cayéndose a pedazos«.

Tras hacer el camino unas 18 veces, decidió que era tiempo de devolver al camino algo de lo que éste le había regalado y por eso lleva 16 años dedicando unas semanas al año a ser hospitalero. Su mirada profunda, su espíritu servicial y su tono justo de firmeza y calidez denotan un gran amor. Ese parece ser el ingrediente clave en esta casa que reúne a los peregrinos como familia.

A las 18:15 tenemos encuentro de intercambio y luego prepararemos la cena en comunidad. Mañana nadie puede levantarse antes de las 6 y todos estamos invitados (lo plenteó casi como una obligación) a desayunar antes de encarar 12km sin pueblos intermedios.

Así es todo en este lugar -a unos 25/27km de Astorga- al que se llega luego de una subida tranquila pero constante. Uno se sumerge en un tiempo paralelo y tanto es así que el restaurante principal es un lugar donde se sirve comida «medieval». Toda la decoración tiene ese espíritu. Comí ciervo con papas. Compartimos un vino en jarra. Fue un gran momento, larga comida que rematamos con un café.

Brindis por la vida, por el camino recorrido y por los pasos que vendrán en el restaurante medieval de Foncebadón.

A eso se suma el WiFi escaso, que obliga a bajar el ritmo y mirar alrededor. A disfrutar una breve siesta mientras afuera llueve. A saborear cada segundo como es: único, efímero, irrepetible… El tiempo tiene otro ritmo, más calmo. 

El clima ayuda: cayeron unas gotas cuando estábamos llegando (hice buenos tramos con David y Pedro, los asturianos). Ya en el albergue y después de haberme «acomodado», se largó a llover.

Rocío, la española, está en el mismo albergue que yo. También hay varios italianos, Victoria (de Bielorrusia), dos hermanas polacas (Kate & Anushka), Urosh, un serbio que estuvo viviendo en Australia.

El rato de compartida fue lindísimo. Por alguna razón (supongo que por hablar inglés y español) me tocó traducir de una a otra lengua. Fue la excusa para prestar más atención a lo que cada uno traía.

Fernando nos contó historias del camino y fue hermoso. Nos trata con algo de rigidez, creo que a los más chicos los inhibe un poco su forma, pero al mismo tiempo siento que nos regala algo de la riqueza del camino.

 

Pequeñas cumbres

ETAPA XII · Hornillos del Camino – Ítero de la Vega

El camino es irregular. Hay diferentes suelos, paisajes cambiantes y alturas desiguales. Esto último implica subidas y bajadas que pueden tocar en cualquier momento de la jornada. Ayer el plan era acabar el día en Castrojeriz, a unos 20 Km de donde había amanecido y justo antes de encarar un tramo de alrededor de 10 Km sin albergues y con una cuesta empinada de unos… No sé, ¿150 metros?

La compañía, el hecho de que aún fuera temprano, la sensación de estar bastante íntegra (hay unos músculos que me la hacen parir un poco a la mañana cuando arranco) y la idea de qué es mejor afrontar el desafío cuando uno viene con envión que al arrancar me hicieron seguir… Aunque llevo unas jornadas prometiéndome a mí misma hacer etapas cortas.

¡Castroeriz a la vista!

El caso es que la subida finalmente no era tan extrema. Demandaba cierto esfuerzo, pero se podía llevar bien. Igualmente la bajada (estaba advertida: era de un 18%). Cada uno subió con su cúmulo de justificaciones y metas. Y me di cuenta de que cada quien encaraba ese desafío de un modo peculiar.

Hay tantos modos de afrontar la subida como peregrinos en el camino.

Hay quiénes lo hicieron al trote, otros que daban pasos cortos y rápidos, algunos que preferían largas zancadas, unos ayudados por bastones, otros frenando cada pocos metros, algunos más de corrido… Nos veía subir (a mí, a mi familia del camino y a varios otros con los que nos cruzamos cada día) y pensaba en el paralelo entre como yo enfrento las subidas (el esfuerzo de subir siempre es menor al pánico de caer rodando al bajar), no sólo en la montaña sino en la vida real. Personalmente, creo que tiendo a darle para adelante y, de tanto en tanto, hacer un alto en el camino para ver lo alcanzado y tomar impulso para un nuevo trecho. Aca, además, tenía el valor agregado de ver el paisaje que quedaba atrás…

Familia

ETAPA XI · Burgos – Hornillos del Camino

Ayer, en Burgos,  me despedí -sin querer- de los italianos. Sabía que los iba a volver a encontrar. Pero aún así me sentía rara. Hoy empecé sola mi caminata y en un momento me di cuenta de que en lugar de disfrutarla estaba pendiente del momento en el que volviera a cruzarme con ellos. De pronto me di cuenta de que muchas veces hago eso: esperando lo que vendrá dejo de estar en el presente. Empecé a mirar alrededor y sorprenderme con el paisaje, otra vez nuevo, de lo que llaman mesetas. Las consagradas francesas hablaron de desierto y alguien me advirtió que el paisaje iba a ser igual y algo monótono hasta León.

Unos kilómetros antes de Tardajos me crucé con una polaca que viene más o menos al mismo ritmo que nosotros junto a otra amiga suya (aventureras las dos, un día escribiré algo de su historia) y charlamos un buen tramo sobre los motivos que nos mueven y las rutinas del camino (de esto también me prometo escribir). Llegamos a un pueblo y la despedí para desayunar. Ahí estaban Luca y Paolo que esperaron a que terminara y seguimos juntos el camino. La etapa, de poco más de 20km, terminó en Hornillos del Camino. Nos quedamos en un albergue con pileta… Pequeñas dosis de felicidad. Sobre todo, el encuentro con los italianos. Nos separamos ayer a la tarde y hoy teníamos un sinfín de cosas para compartir. No paramos de hablar y reirnos. Eso fue genial… Casi tanto como disfrutar unas birras en la pileta, charlando en inglés sobre la vida misma: lugares, sueños, miedos… todo.


Preámbulo

¡Al fin siento la aventura Jacobea! Ya estoy casi caminando. Después de un par de días recorriendo lugares del País Vasco, hay llegué a Lourdes. Realmente es impresionante (aunque reconozco que la ciudad me pareció, por lo menos, fea) todo lo que se vive ahí. Hice silencio en la gruta y repasé los nombres de mis sobrinos (y con ellos a toda la familia). El negocio alrededor de la fe no opaca la devoción popular ni el amor de Madre que se siente en el lugar.

Lourdes

Después fui a Esquiule, a visitar a una prima antes de llegar a Saint Jean Pied de Port. De nuevo disfruté la sensación de sentirme en familia. Además de anotar un nuevo nombre en la lista de personas por las cual rezar, disfruté cada curva del camino sinuoso…

Pays BasquePrimero a su casa, después al lugar de salida de este camino. Casi estallé de alegría cuando me dieron la credencial del peregrino en Lourdes y, una vez más, en la oficina de recibida de Saint Jean Pied de Port de la que salí con mi segundo sello y la tradicional concha.

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¡Ya casi!

No veo la hora de despertar mañana y empezar a caminar. Vivir esta travesía que tanto esperé. Si, claramente estoy emocionada y al borde del llanto. Me siento tan bendecida…

Otra vez

Hace 17 años (un 21/8) aterrizaba en Madrid casi con la misma expectativa que tengo hoy. 

Muchos años después, con más millas y más años, volví a hacer escala en Barajas con una sonrisa ansiosa y feliz por todo lo que seguramente voy a vivir. 

Iba a vivir un año en Inglaterra y el vuelo de Iberia tenía escala con cambio de avión en Barajas. Era la primera vez que pisaba Europa y no tenía idea de cómo sería mí Aventura inglesa*, como alguien había dado en llamarla.

Mientras el avión empezaba el descenso hoy, reviví todas las emociones de esa chica feliz por aterrizar en el viejo mundo, con la curiosidad de conocer lugares y vivir nuevas experiencias. Siempre igual y un poco distinta, esta vuelta empecé a saborear la aventura (más corta, esa vez tardé un año en volver a casa) mucho antes. Llego con un largo camino recorrido y otro tanto -literal- por andar, bajé del avión dispuesta a disfrutar todo lo que surja en esta travesía. Y estoy feliz. Si pudiera poner en palabras la velocidad a la que late mí corazón, capaz se entendería mejor lo que digo.

Todo pesa

Si. Ya sé que la expresión es «todo pasa». Eso dicen. Pero hoy es un día en el que siento que todo pesa. El cuerpo en estado gripal y con tos de varios días, el pasado (así, de una: no tanto los hechos destacados sino las decisiones cotidianas de otra época…), la ropa en la mochila, las hojas del cuaderno que quiero llevar, la cámara… Estuve armando el equipaje anoche y, claramente, eso debe haber influido para que hoy me levante con estos pensamientos… ¿Quién sabe? Tal vez hasta soñé con la balancita.

Pesa en la mochila lo que llevo por las dudas… Sé que me va a pesar. Pesan en el ser tantas veces que me aferré a ideas demasiado estrictas (propias y ajenas). Pesan en el día a día los miedos. Pesa el deseo insatisfecho y también los ideales empolvados y los sueños olvidados en un rincón. Pesa mi incapacidad para dibujar o tocar la guitarra (sobre alguna voy a trabajar).

Y algo me dice que todo lo que pesa también pasa. Sí, sé que todo pasa [alguna vez me recordaron que escribí un tweet celebrándolo]. Lo sé porque la vida misma se ocupa de señalarlo una y otra vez. «Esta tormenta también pasará», dicen que dijo alguna vez Juan Pablo II. Sin embargo no creo que la certeza venga de ahí sino más bien del hecho de que la ilusión de ponerme en camino me hace sentir liviana; del tener recuerdos que me hacen sonreír aún en los peores momentos; de tantas postales que llenan mis ojos de brillo.

Todo pesa y todo pasa.

Supongo que en ambos casos es clave la confianza, la de verdad. Tal vez sea una buena fórmula liberarme de lo que hace más duro el caminar y disfrutar con todo lo que viene… así, como llega.