¿Y ahora?

ETAPA XX · Foncebadón – Ponferrada

 


 

La flechas amarillas son mis aliadas desde hace unos días. Casi me animaría a decir que me convertí en una experta «encontradora» de estos indicadores. Levanto la mirada y en un paneo rápido detecto por dónde sigue el camino. Sin embargo, debo reconocer que no siempre las veo. Ayer salí de Molina Seca con María (de Gijón) y en medio de una charla interesante pensamos que nos habíamos salteado el desvío. Pero, llamémoslo suerte o providencia, en cuanto comenzábamos a pensar qué tal vez estábamos equivocadas ya que ni hacia adelante ni para atrás veíamos peregrinos, apareció una mujer con un niño y pudimos preguntarle si íbamos en la dirección correcta. Ella fue nuestra flecha amarilla.

Si bien siempre es el mismo símbolo, va cambiando de forma y soporte según la región. Y a veces, como ayer, no son trozos de madera pintada o tallados en piedra sino personas que nos van señalando por dónde ir. Ver las flechas me da cierta paz… es la certeza de ir por el camino correcto (que, a su vez es la tranquilidad de no tener que retroceder para retomar). En la vida no me resulta siempre tan fácil detectar estas señales. O quizás tengo menos confianza cuando no son del todo claras o dudo más al descubrir una que no es tal cuál esperaba verla o me enceguezco pensando que fui por el lado equivocado en lugar de levantar la mirada  hacer un paneo buscado ese signo advirtiendo que la cosa es por ahí…

 

Autor: Flor

Pedaleo de acá para allá, tengo corazón misionero y un no-sé-qué peregrino. Me gustan los mates tranquilos y los buenos momentos compartidos. Estudié comunicación y escribo de moda (entre otras cosas). Amo armar cuadernos y álbumes de fotos, todavía las imprimo. Disfruto cada travesía: en todas encuentro algo de magia. Y acá estoy, contando un poco lo que viene mi cabeza. La excusa para empezar, fue tener en el horizonte el Camino de Santiago, un viaje que prometía ser distinto y superó todas las expectativas.

Deja un comentario