Balances

En diciembre escribía esto: «Hace cuatro meses partía a Europa con una felicidad tan grande que no cabía en mí. Al fin había llegado la hora de empezar una esperada aventura: el camino de Santiago. Pasó un cuatrimestre desde que subí al avión y poco menos desde que empecé a caminar. Volvería. Antes de llegar a Santiago supe que quería más de eso. Dicen que volver es importante. Y creo que así es. Me llevó un tiempo volver a mi vida que era la de antes y al mismo tiempo había cambiado. Hace unos días, tal vez un par de semanas, me escuché diciendo que había tardado en habituarme tanto tiempo como el viajado.»

Hoy, un año después de haber llegado al fin del mundo -qué gran regalo haber tenido días extras para caminar-, todavía siento esas ganas intensas de volver al camino. No lo puedo explicar y tampoco lo logro entender. Es una sensación extraña: como si este no fuera mi lugar. Y la verdad es que no tengo ni idea cuál es mi lugar. Esas líneas del principio, coincidían con un tiempo natural de balances: diciembre, fin de año, época en la que -con propósito o sin quererlo- tendemos a repasar los objetivos tácitos o explícitos del año. Quizás esta vuelta llega antes ese tiempo de evaluar o revisar. O, tal vez, es la necesidad de cerrar una etapa (y la falta de valor para concretarlo) lo que me está empujando a mirar ambos platillos y llenarlos no sólo con logros y conquistas sino también con eso que no me está saliendo como quiero.

¿Alguna vez te la pegaste fuerte?

El deseo fuerte de saltar. La certeza de que me voy a levantar. El fastidio conmigo misma por haber estado siempre tan preocupada por no tropezar. Siento que iba tan atenta a seguir en la senda que me estaba perdiendo el colorido del paisaje, la incertidumbre de no saber por donde ir o la emoción de tener que volver al camino.

«¿Alguna vez te la pegaste fuerte?», me preguntó una amiga hace unos meses… cuando yo le pedía la fórmula para arriesgar siempre, con tranquilidad y una sonrisa. «No», tuve que contestar y ella entonces remató: «Bueno, yo me la vivo pegando. Y siempre me vuelvo a levantar. Entonces, ahora cuando sé que no va por donde estoy yendo… puedo cambiar de rumbo: tengo la experiencia de haberme recuperado de los golpes». Estábamos en un bar. Fueron unos minutos que valieron por mil charlas TED sobre tomar valor y saltar. Desde entonces mi cabeza, que ya venía arremolinada, es un caos. El huracán Florence. Y dí pasos. Por primera vez en mucho tiempo empecé a mover piezas con las que me aterraba jugar. Y no pasó nada. En todos los sentidos posibles: por un lado, esa seguridad de que «no pasa nada, nada es tan grave»; por el otro… tampoco se armaron las olas inmensas que había imaginado. Y en el medio, tengo la certeza de que algo se está moviendo… tal vez lentamente y de modo casi imperceptible, pero con seguridad significará un gran cambio (como los desplazamientos geológicos, diría sin estar tan segura de mis conocimientos de geografía pero confiada en que la referencia se puede entender).

Plan sin plan

Siempre oscilo entre cuidar cada detalle y confiar en la Providencia. Este viaje no es la excepción. De pronto se acerca la fecha y me doy cuenta de que hay mil cosas que voy a querer hacer. Ya que voy al País Vasco, puedo pasar por el Museo de Balenciaga. Y también podría, una vez que llegue a Santiago, volver pronto a Madrid para disfrutar de la Semana de la Moda (no había tenido en cuenta ese detalle). La idea de pasear por Portugal lucha por mantener el primer puesto pero tiene un par de buenos planes que le compiten fuerte. Claro, no es algo que vaya a definir ahora sino más adelante. Digo que se trata de eso: de confiar, de dejar que fluya, de estar abierta a lo que aparezca. Pero no es tan simple vivirlo como decirlo. O sí. Tal vez el secreto sea vivir hoy y ya, sin miedo a perderme nada (y, después mirar para atrás sin reprocharme nada tampoco).

El día es hoy

Fue un domingo de sol, silencio y mucha caminata. Creo que por alguna mágica razón la cabeza estuvo calmada, sin tantas ideas yendo y viniendo. Supongo que ayudó la oración… Y creo que también los paisajes fueron particularmente inspiradores.

2 de julio, hoy es el aniversario de mi alianza de amor. Sin buscarlo, en los últimos días aparecieron innumerables referencias a esa etapa de mi vida: fotos viejas, lecturas varias, mensajes y reflexiones más o menos voluntarias acerca de cómo ser parte de la Juventud Femenina de Schönstatt marcó mi vida. Supongo que eso también tuvo algo que ver en que el corazón estuviera calmo.

Pensaba ir a Misa al Santuario de Bellavista pero no tengo monedas/billetes chilenos y no se podía pagar el metro con tarjeta así que decidí caminar. Por error, marqué en el mapa el Santuario de Campanario… a unos 8 km de donde me estuve quedando estos días. Paso a paso. Sol radiante (lucky me, me había puesto BB cream con protector), poco tráfico y mucha paz en la calle hicieron súper atractivo el camino. Siempre con los Andes apareciendo por ahí. Llegué acelerada -pensando que iba al otro sitio, dónde había misa de 11:30- y me alegré al comprobar que acá la celebración era a las 12. No sólo eso sino que tuve unos minutos de Adoración de yapa. Post misa leí un buen rato y emprendí camino a Bellavista (caminé un buen tramo, pero ya tenía efectivo para el pasaje). Cruzar el portón y sentir la paz. Es algo que siempre me impacta de Schönstatt. No importa a donde vayas siempre hay un lugar que es hogar: un Santuario, una ermita, un anfitrión que recibe a la Mater Peregrina… de nuevo estaba expuesto el Santísimo. No puedo explicar cuánto lo disfruté… eso y el termo de mate que tomé en la explanada, entre fotos y lecturas.

Me animé a abrir (es un decir, porque está en el Kindle) el libro que compré para acompañar de un modo esta peregrinación a Santiago de Compostela. Desde la primera palabra subyace la pregunta.. ¿Por qué caminás? Me la hago cada vez que voy a Luján y las respuestas son infinitas… Imagínense ahora, que llevo meses (o más) esperando hacer este recorrido.