Familia

ETAPA XI · Burgos – Hornillos del Camino

Ayer, en Burgos,  me despedí -sin querer- de los italianos. Sabía que los iba a volver a encontrar. Pero aún así me sentía rara. Hoy empecé sola mi caminata y en un momento me di cuenta de que en lugar de disfrutarla estaba pendiente del momento en el que volviera a cruzarme con ellos. De pronto me di cuenta de que muchas veces hago eso: esperando lo que vendrá dejo de estar en el presente. Empecé a mirar alrededor y sorprenderme con el paisaje, otra vez nuevo, de lo que llaman mesetas. Las consagradas francesas hablaron de desierto y alguien me advirtió que el paisaje iba a ser igual y algo monótono hasta León.

Unos kilómetros antes de Tardajos me crucé con una polaca que viene más o menos al mismo ritmo que nosotros junto a otra amiga suya (aventureras las dos, un día escribiré algo de su historia) y charlamos un buen tramo sobre los motivos que nos mueven y las rutinas del camino (de esto también me prometo escribir). Llegamos a un pueblo y la despedí para desayunar. Ahí estaban Luca y Paolo que esperaron a que terminara y seguimos juntos el camino. La etapa, de poco más de 20km, terminó en Hornillos del Camino. Nos quedamos en un albergue con pileta… Pequeñas dosis de felicidad. Sobre todo, el encuentro con los italianos. Nos separamos ayer a la tarde y hoy teníamos un sinfín de cosas para compartir. No paramos de hablar y reirnos. Eso fue genial… Casi tanto como disfrutar unas birras en la pileta, charlando en inglés sobre la vida misma: lugares, sueños, miedos… todo.


Preámbulo

¡Al fin siento la aventura Jacobea! Ya estoy casi caminando. Después de un par de días recorriendo lugares del País Vasco, hay llegué a Lourdes. Realmente es impresionante (aunque reconozco que la ciudad me pareció, por lo menos, fea) todo lo que se vive ahí. Hice silencio en la gruta y repasé los nombres de mis sobrinos (y con ellos a toda la familia). El negocio alrededor de la fe no opaca la devoción popular ni el amor de Madre que se siente en el lugar.

Lourdes

Después fui a Esquiule, a visitar a una prima antes de llegar a Saint Jean Pied de Port. De nuevo disfruté la sensación de sentirme en familia. Además de anotar un nuevo nombre en la lista de personas por las cual rezar, disfruté cada curva del camino sinuoso…

Pays BasquePrimero a su casa, después al lugar de salida de este camino. Casi estallé de alegría cuando me dieron la credencial del peregrino en Lourdes y, una vez más, en la oficina de recibida de Saint Jean Pied de Port de la que salí con mi segundo sello y la tradicional concha.

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¡Ya casi!

No veo la hora de despertar mañana y empezar a caminar. Vivir esta travesía que tanto esperé. Si, claramente estoy emocionada y al borde del llanto. Me siento tan bendecida…

Hogar

Sin que me diera cuenta, me regalaron un hogar. La escala de Madrid -que incluyó un par de largas caminatas para redescubrir la ciudad- me obligó a poner en pausa el deseo de empezar a peregrinar. Me di cuenta de que o dejaba eso en stand by o no iba a disfrutar nada de lo que viera acá. No lo logré 100%, pero salió bastante bien. Ayer, después de un buen paseo turístico -bajo un envidiable cielo celeste- me encontré con un amigo del colegio. Sacamos la cuenta… No nos vemos desde hace 5 años. Y bastaron unos ¿5? ¿10? minutos para volver a hablar como antes. Nos pusimos un poco al día. Laburo, salidas y demás… Hasta compartimos algo de miedos y proyectos. Bromeando, recordando birras en la vereda mientras brindábamos con un gin tonic en la terraza del ayuntamiento*.

Le agradecí la salida. No tanto porque había sido un lujo (realmente lo fue), sino por ser amigos. Por hacer tan fácil ese salto de la distancia al encuentro. Me doy cuenta de que muchas veces cuesta eso de «ponerse al día» pareciera más simple no hacerlo… Y, sin embargo, los dos nos tomamos el tiempo. Y lo disfrutamos. La noche, btw, estaba impecable. Luna llena, algo de viento y una vista impecable de Cibeles y alrededores.

Pero no era sobre eso que quería escribir. Sino de la paz que encontré cuando, ya fuera del circuito turístico, entré al Santuario de Schönstatt. Hay dos en Madrid (tengo entendido), yo fui al que está en la ciudad. Recordaba el trayecto perfectamente -lo hice hace 16 años en un día de sol radiante como hoy… Tal vez con unos grados más-. Eso me sorprendió. Y me gustó la sensación de entrar como si estuviera en casa.

Cada vez que voy al santuario (así, en genérico, porque me pasa en todos) pienso en las palabras del Padre Kentenich cuando entró al de Nueva Helvecia (Uruguay): «Vengo del hogar al hogar». Es increíble que el Santuario (todos, cada uno) tengan esa cualidad de ser acogedores. Me tomé el tiempo de pedirle a la Mater que se ocupe. Empecé con trivialidades climáticas y terminé rogándole que transforme mi corazón. Ojalá.

*Realmente vale la pena ir. Hay restaurante que funciona durante el día y una barra abierta a la noche.

Otra vez

Hace 17 años (un 21/8) aterrizaba en Madrid casi con la misma expectativa que tengo hoy. 

Muchos años después, con más millas y más años, volví a hacer escala en Barajas con una sonrisa ansiosa y feliz por todo lo que seguramente voy a vivir. 

Iba a vivir un año en Inglaterra y el vuelo de Iberia tenía escala con cambio de avión en Barajas. Era la primera vez que pisaba Europa y no tenía idea de cómo sería mí Aventura inglesa*, como alguien había dado en llamarla.

Mientras el avión empezaba el descenso hoy, reviví todas las emociones de esa chica feliz por aterrizar en el viejo mundo, con la curiosidad de conocer lugares y vivir nuevas experiencias. Siempre igual y un poco distinta, esta vuelta empecé a saborear la aventura (más corta, esa vez tardé un año en volver a casa) mucho antes. Llego con un largo camino recorrido y otro tanto -literal- por andar, bajé del avión dispuesta a disfrutar todo lo que surja en esta travesía. Y estoy feliz. Si pudiera poner en palabras la velocidad a la que late mí corazón, capaz se entendería mejor lo que digo.

Hora de partir…

Estoy lista para ir a dormir. Feliz como perdiz. Toda esta semana tuve tiempo para compartir con amigos de lujo y hoy me dí una panzada de familia. Ví a todos mis hermanos y sobrinos. Me llenaron de besos y sonrisas. «Yo se a dónde te vas, a Francia y a España»; «Te voy a extrañar trescientos mil cuatrocientos sesenta y tres… y Mailén también»; «Yo te voy a extrañar desde el piso hasta el cielo»; «Manteneme al tanto de dónde estás»… y así, cada uno con su estilo, estos pequeños me hicieron sonreír infinitamente. Jugamos a un monstruo que devino mancha, corrimos y nos divertimos un rato con los medianos. Lo tuve un buen rato a Fermín, compartí mates con Vicente y me reí con las caras pícaras de Elu. Hablé algo con las grandes y Juli me compartió algo de Bariloche.

Con el equipaje listo, repaso mentalmente el día.

Empecé pesando la mochila y tratando de detectar qué más sacar, después fui a almorzar con padres y más tarde te con hermanos & cía. Todo lindo. Sólo me sale agradecer. Y a eso se suma la felicidad de saber que este viaje que tanto soñé -¡al fin!- empieza. Sólo faltan pocas horas para subir al avión. Sonrío. Y tengo el corazón lleno de emociones. ¿Ansiosa yo? Nah…

(agregado) Aeroparque, 6 de agosto – 8:42

Creo que hoy batí mi propio récord de chequear en el taxi si tenía el pasaporte encima, el teléfono conmigo y las tarjetas. El check in salió como quiso (aerolíneas me odia y jamás puedo hacerlo online), sólo tengo una ventanilla en los mil vuelos que voy a hacer hasta llegar a Madrid.

Ya pensé seriamente en que podria haber hecho un par de elecciones diferentes respecto al equipaje. Era obvio que me iba a pasar… Aunque supongo que voy a estar agradecida por esas mismas decisiones en cuanto sienta el verano europeo.

Lo último que hice en casa fue sacar una tarjeta del teléfono del Padre. Le pedí a la Mater una cita que me acompañe en el camino…

La certeza de que todo va a estar bien.

Plan sin plan

Siempre oscilo entre cuidar cada detalle y confiar en la Providencia. Este viaje no es la excepción. De pronto se acerca la fecha y me doy cuenta de que hay mil cosas que voy a querer hacer. Ya que voy al País Vasco, puedo pasar por el Museo de Balenciaga. Y también podría, una vez que llegue a Santiago, volver pronto a Madrid para disfrutar de la Semana de la Moda (no había tenido en cuenta ese detalle). La idea de pasear por Portugal lucha por mantener el primer puesto pero tiene un par de buenos planes que le compiten fuerte. Claro, no es algo que vaya a definir ahora sino más adelante. Digo que se trata de eso: de confiar, de dejar que fluya, de estar abierta a lo que aparezca. Pero no es tan simple vivirlo como decirlo. O sí. Tal vez el secreto sea vivir hoy y ya, sin miedo a perderme nada (y, después mirar para atrás sin reprocharme nada tampoco).

Todo pesa

Si. Ya sé que la expresión es «todo pasa». Eso dicen. Pero hoy es un día en el que siento que todo pesa. El cuerpo en estado gripal y con tos de varios días, el pasado (así, de una: no tanto los hechos destacados sino las decisiones cotidianas de otra época…), la ropa en la mochila, las hojas del cuaderno que quiero llevar, la cámara… Estuve armando el equipaje anoche y, claramente, eso debe haber influido para que hoy me levante con estos pensamientos… ¿Quién sabe? Tal vez hasta soñé con la balancita.

Pesa en la mochila lo que llevo por las dudas… Sé que me va a pesar. Pesan en el ser tantas veces que me aferré a ideas demasiado estrictas (propias y ajenas). Pesan en el día a día los miedos. Pesa el deseo insatisfecho y también los ideales empolvados y los sueños olvidados en un rincón. Pesa mi incapacidad para dibujar o tocar la guitarra (sobre alguna voy a trabajar).

Y algo me dice que todo lo que pesa también pasa. Sí, sé que todo pasa [alguna vez me recordaron que escribí un tweet celebrándolo]. Lo sé porque la vida misma se ocupa de señalarlo una y otra vez. «Esta tormenta también pasará», dicen que dijo alguna vez Juan Pablo II. Sin embargo no creo que la certeza venga de ahí sino más bien del hecho de que la ilusión de ponerme en camino me hace sentir liviana; del tener recuerdos que me hacen sonreír aún en los peores momentos; de tantas postales que llenan mis ojos de brillo.

Todo pesa y todo pasa.

Supongo que en ambos casos es clave la confianza, la de verdad. Tal vez sea una buena fórmula liberarme de lo que hace más duro el caminar y disfrutar con todo lo que viene… así, como llega.

¿Cómo se mide el tiempo?

Falta un mes para subir al avión. 31 días, porque julio es largo… Hoy estuve chateando con alguien que me decía «Un mes se pasa volando» y enseguida acotaba: «El de las vacaciones también va a pasar rápido«. ¡Noooo! No quiero que sea así. O sí, pero habiendo disfrutado cada minuto.

La previa se vuelve cada vez más linda: hoy busqué la mochila y la bolsa de dormir, ambas prestadas. Me probé una campera (que tengo pero jamás usé) y pesé dos posibles abrigos para elegir cuál llevar. Hasta me tomé unos minutos para guardar todo y chequear el peso global del equipaje. Por ahora, voy bien.

Me resulta inevitable estos días pensar en la famosa cita de El Principito:

«Si vienes por ejemplo a las cuatro de la tarde…»

Amo saborear la previa. Sueño con estar caminando. Me imagino llegando a lugares que no conozco, me pienso cansada de caminar, me veo sacando alguna foto para tener bien presente un momento y hasta deseando haber llevado el termo. Y trato de aquietar la cabeza  el corazón porque todavía falta. Y sé que día a día se va a poner más vertiginosa la cosa. Me gusta eso también.

Historias compartidas

Desayuné con Ángel, era la primera vez que lo veía y hablamos de todo un poco. Tenemos una amiga en común que nos puso en contacto para que él me cuente su experiencia rumbo a Compostela. Me preguntó sobre mis razones para ponerme en camino y quiso saber de mis expectativas. La respuesta no es fácil. No lo sé. Realmente no tengo idea. Tiendo a hacerme preguntas… Miles. Y por supuesto ya me cuestioné esto un sinfín de veces. Le contesté un poco de todo; aclaré que si bien soy practicante (voy a Misa, me confieso, camino a Luján cada año, etc) no lo estoy haciendo por una promesa y, al mismo tiempo, reconocí que sí hay una búsqueda que va más allá de la religión y también dije lo simple: tengo muchos días de vacaciones, poca plata y este es un viaje que cuaja perfecto en esa ecuación.

¿Por qué caminás?

«Bueno, el camino siempre lo hace uno», dijo como para introducir a su propia experiencia y dejando claro que cada recorrido (aunque todos vayamos por la misma senda) es único e irrepetible. Si bien fue sin preparación, me sugirió llevar una guía de etapas. Ya había recibido este consejo, así que creo que lo voy a tomar.

Todo en su relato me generó más ansiedad, ganas locas de estar caminando ya. Hablamos de bastones, de la importancia de ir ligero de equipaje, de cómo el camino le enseña a uno a desprenderse… «No sólo de lo material sino de cuestiones que tienen que ver con uno», me aclaró. «A veces hacemos cosas por no querer estar solos, pero hay que desprenderse… incluso de las personas. Y vas a llorar», me advirtió (… y eso que no me conoce).

Estas son las ideas que mas enfatizó… o aquellas que tuvieron más eco en mi cabeza:

  • Hay muchos caminos dentro del camino.
  • Cada decisión que tomás implica una historia distinta.
  • Uno atraviesa diferentes estados de ánimo y los que caminan con uno (tanto cuando estás «solo» como cuando vas acompañado) también tienen sus momentos.
  • Tenés tiempo para todo. Para compartir, para estar callado, para escuchar…
  • Cada lugar tiene sus comidas, es clave probarlas todas.

«Y sobre todo, lo más importante, es que no te pierdas las historias», me aconsejó antes de despedirnos.

El día es hoy

Fue un domingo de sol, silencio y mucha caminata. Creo que por alguna mágica razón la cabeza estuvo calmada, sin tantas ideas yendo y viniendo. Supongo que ayudó la oración… Y creo que también los paisajes fueron particularmente inspiradores.

2 de julio, hoy es el aniversario de mi alianza de amor. Sin buscarlo, en los últimos días aparecieron innumerables referencias a esa etapa de mi vida: fotos viejas, lecturas varias, mensajes y reflexiones más o menos voluntarias acerca de cómo ser parte de la Juventud Femenina de Schönstatt marcó mi vida. Supongo que eso también tuvo algo que ver en que el corazón estuviera calmo.

Pensaba ir a Misa al Santuario de Bellavista pero no tengo monedas/billetes chilenos y no se podía pagar el metro con tarjeta así que decidí caminar. Por error, marqué en el mapa el Santuario de Campanario… a unos 8 km de donde me estuve quedando estos días. Paso a paso. Sol radiante (lucky me, me había puesto BB cream con protector), poco tráfico y mucha paz en la calle hicieron súper atractivo el camino. Siempre con los Andes apareciendo por ahí. Llegué acelerada -pensando que iba al otro sitio, dónde había misa de 11:30- y me alegré al comprobar que acá la celebración era a las 12. No sólo eso sino que tuve unos minutos de Adoración de yapa. Post misa leí un buen rato y emprendí camino a Bellavista (caminé un buen tramo, pero ya tenía efectivo para el pasaje). Cruzar el portón y sentir la paz. Es algo que siempre me impacta de Schönstatt. No importa a donde vayas siempre hay un lugar que es hogar: un Santuario, una ermita, un anfitrión que recibe a la Mater Peregrina… de nuevo estaba expuesto el Santísimo. No puedo explicar cuánto lo disfruté… eso y el termo de mate que tomé en la explanada, entre fotos y lecturas.

Me animé a abrir (es un decir, porque está en el Kindle) el libro que compré para acompañar de un modo esta peregrinación a Santiago de Compostela. Desde la primera palabra subyace la pregunta.. ¿Por qué caminás? Me la hago cada vez que voy a Luján y las respuestas son infinitas… Imagínense ahora, que llevo meses (o más) esperando hacer este recorrido.